Miércoles de música
29/04/2020
29/04/2020
Quisiera compartir con ustedes una idea que me ronda en las orejas desde hace varios años (quizás desde siempre aunque no se me había hecho idea aún).
Primero un poquito de contexto:
En un bosque francés, haciendo el trabajo de campo para mi tesis de doctorado, me picaron cientos de garrapatas (no sé por qué les gusto tanto). A pesar de todo el cuidado que tuve al quitármelas cada día, alguna de ellas logró quedarse y pasarme unas bacterias feroces que me estuvieron haciendo estragos en el cuerpo por bastantes años. Poco a poco, a medida que las bacterias se iban instalando y migrando a nuevos lugares, iban dejando una estela de inflamación que me fue afectando cada vez más el funcionamiento del cuerpo.
Los bichitos acabaron llegando al sistema nervioso y empezaron a causar un montón de efectos re-locos en mi percepción sensorial. Fue como llegar a un mundo nuevo con sus propias reglas físicas muy distintas a las del mundo en el que yo había estado viviendo y que creía más o menos universales. En ese mundo nuevo, la luz, el sonido, los olores y los dolores se volvieron increíblemente presentes, enormes e invasivos, era como no tener piel, solo el sistema nervioso pelado en contacto directo con todo.
Se me volvió muy difícil desplazarme en el espacio, como si lo tuviera pegado al cuerpo como melcocha y a cada paso que diera tuviera que arrastrarlo conmigo. Las distancias eran imposibles de alcanzar y terminaba perdiéndome a dos cuadras de mi casa, sin saber desde cuándo estaba allí ni cómo había alcanzado ese punto desde el punto anterior.
Ahora si la música:
Hay una cosa que fui entendiendo en los momentos de lucidez posibles (y que se me ha quedado rondando en la cabeza desde entonces): Que esa percepción rarísima que tenía del espacio venía de una percepción cambiada del tiempo (o sería al revés?). Que el problema principal era que tenía el ritmo desfasado con respecto al de un cuerpo sano. La infección me había estado cambiando el ritmo de los procesos biológicos, el ritmo de los impulsos eléctricos de las neuronas: los ojos hacían movimientos erráticos en algo que se sentía como corto-circuitos en el cerebro, los músculos temblaban todo el tiempo con su propio ritmo chueco, la sangre circulaba a trancazos.
En esas andaba entonces y me fui dando cuenta que algo que podía ayudarme a pasar menos malestar (además de un tratamiento largo y lento) era la percusión. En los momentos en que estaba con mi tambor entre las piernas tocando con el grupo de cumbia feminista, en una batucada o creando y compartiendo ritmos con otras personas, el vértigo cedía, los músculos iban dejando su temblor, la sangre volvía a circular y era como irse recalibrando un poquito. No era solamente un efecto de la felicidad de estar con gente bonita y que quiero, tenía que tocar con esa gente bonita y que quiero para que el malestar disminuyera fuertemente por un rato. Eso me dejó pensando...
Cuando empecé a sanar y a gestar el proyecto de un laboratorio de ciencia y arte para poder explorar de varias maneras el sonido de los paisajes naturales, rurales o urbanos, me encontré con este video que me encanta y les quiero mostrar ahora. Fue ahí que esa idea del ritmo de lo vivo y de lo sano me volvió, no como una idea vaga por ahí sino como un nuevo tema de investigación: Estudiar el ritmo, como una característica clave e indispensable del sonido de los ecosistemas, de sus paisajes sonoros.
La hipótesis es que cada ecosistema debe tener una firma rítmica, un ritmo interno que le es propio y que se ha construido entretejiendo los ritmos de todos sus elementos sonoros, los de animales y plantas (la biofonía), los de lo inorgánico como el viento o el agua (la geofonía) y los producidos por las actividades humanas (la antrofonía). Así un ecosistema sano debería poder diferenciarse de otro ecosistema del mismo tipo pero degradado o empobrecido. Quizás el ritmo pueda darnos pistas sobre el estado de los ecosistemas.
Primero un poquito de contexto:
En un bosque francés, haciendo el trabajo de campo para mi tesis de doctorado, me picaron cientos de garrapatas (no sé por qué les gusto tanto). A pesar de todo el cuidado que tuve al quitármelas cada día, alguna de ellas logró quedarse y pasarme unas bacterias feroces que me estuvieron haciendo estragos en el cuerpo por bastantes años. Poco a poco, a medida que las bacterias se iban instalando y migrando a nuevos lugares, iban dejando una estela de inflamación que me fue afectando cada vez más el funcionamiento del cuerpo.
Los bichitos acabaron llegando al sistema nervioso y empezaron a causar un montón de efectos re-locos en mi percepción sensorial. Fue como llegar a un mundo nuevo con sus propias reglas físicas muy distintas a las del mundo en el que yo había estado viviendo y que creía más o menos universales. En ese mundo nuevo, la luz, el sonido, los olores y los dolores se volvieron increíblemente presentes, enormes e invasivos, era como no tener piel, solo el sistema nervioso pelado en contacto directo con todo.
Se me volvió muy difícil desplazarme en el espacio, como si lo tuviera pegado al cuerpo como melcocha y a cada paso que diera tuviera que arrastrarlo conmigo. Las distancias eran imposibles de alcanzar y terminaba perdiéndome a dos cuadras de mi casa, sin saber desde cuándo estaba allí ni cómo había alcanzado ese punto desde el punto anterior.
Ahora si la música:
Hay una cosa que fui entendiendo en los momentos de lucidez posibles (y que se me ha quedado rondando en la cabeza desde entonces): Que esa percepción rarísima que tenía del espacio venía de una percepción cambiada del tiempo (o sería al revés?). Que el problema principal era que tenía el ritmo desfasado con respecto al de un cuerpo sano. La infección me había estado cambiando el ritmo de los procesos biológicos, el ritmo de los impulsos eléctricos de las neuronas: los ojos hacían movimientos erráticos en algo que se sentía como corto-circuitos en el cerebro, los músculos temblaban todo el tiempo con su propio ritmo chueco, la sangre circulaba a trancazos.
En esas andaba entonces y me fui dando cuenta que algo que podía ayudarme a pasar menos malestar (además de un tratamiento largo y lento) era la percusión. En los momentos en que estaba con mi tambor entre las piernas tocando con el grupo de cumbia feminista, en una batucada o creando y compartiendo ritmos con otras personas, el vértigo cedía, los músculos iban dejando su temblor, la sangre volvía a circular y era como irse recalibrando un poquito. No era solamente un efecto de la felicidad de estar con gente bonita y que quiero, tenía que tocar con esa gente bonita y que quiero para que el malestar disminuyera fuertemente por un rato. Eso me dejó pensando...
Cuando empecé a sanar y a gestar el proyecto de un laboratorio de ciencia y arte para poder explorar de varias maneras el sonido de los paisajes naturales, rurales o urbanos, me encontré con este video que me encanta y les quiero mostrar ahora. Fue ahí que esa idea del ritmo de lo vivo y de lo sano me volvió, no como una idea vaga por ahí sino como un nuevo tema de investigación: Estudiar el ritmo, como una característica clave e indispensable del sonido de los ecosistemas, de sus paisajes sonoros.
La hipótesis es que cada ecosistema debe tener una firma rítmica, un ritmo interno que le es propio y que se ha construido entretejiendo los ritmos de todos sus elementos sonoros, los de animales y plantas (la biofonía), los de lo inorgánico como el viento o el agua (la geofonía) y los producidos por las actividades humanas (la antrofonía). Así un ecosistema sano debería poder diferenciarse de otro ecosistema del mismo tipo pero degradado o empobrecido. Quizás el ritmo pueda darnos pistas sobre el estado de los ecosistemas.
FOLI (there is no movement without rhythm) de Thomas Roebers y Floris Leeuwenberg (11 minutos):
La misma reflexión puede aplicarse a los ambientes urbanos, en cuyos paisajes sonoros prima la antrofonía en general y el ruido en particular, ahuyentando u opacando en parte los demás elementos sonoros. Sería posible enriquecer el sonido de las ciudades o de ciertas zonas dentro de ellas, volverlo menos "árido", devolverle los matices y recalibrarle el ritmo para hacerlo más habitable? Esto me lleva al siguiente proyecto que les quiero compartir, que me gusta mucho.
Urbaphonix del colectivo Décor Sonore:
Y finalmente, la utopía:
Al re-escuchar los archivos para este evento, me aparece además una idea muy obvia pero maravillosa, como una utopía realizable:
Lo que hemos ido llamamos música en las ciudades occidentales ha sido muchas veces extraída o exiliada de sus ambientes sonoros originales. Ha sido aislada del "ruido" y encerrada en salas especiales donde no salen ni entran sonidos ajenos a los instrumentos que se tocan (a veces ni siquiera están admitidos los sonidos de la respiración de quienes tocan), salas de las que están excluidas las personas que no "sepan quedarse en un cultísimo silencio absoluto". O ha sido usada a un volumen altísimo que borra y desplaza el resto de las sonoridades posibles presentes en el ambiente.
En ambos casos, se está impidiendo la musicalidad que resulta de la interacción de lo que llamamos música con el resto del paisaje sonoro.
Entonces, la reflexión que quiero plantear es la siguiente: Qué pasaría si le devolviéramos la música a su paisaje sonoro? Qué pasaría si la dejáramos libre de interactuar y entrelazar sus ritmos, frecuencias e intensidades con los otros componentes del paisaje sonoro? Volverían los paisajes sonoros urbanos a ser más rítmicos, de la misma manera en que de un cuerpo enfermo sanando reencuentra su ritmo de cuerpo sano? Sueño con una ciudad cuyo espacio sonoro incluyente sea un reflejo de un espacio público igualmente incluyente y diverso, recuperado.
Para terminar, les propongo un ejercicio de escucha sencillo para explorar sensorialmente esta idea del entrelazamiento sonoro en libertad. La idea es escuchar dos versiones de la misma obra para flauta, "...L'(Elek) zem..." de Itsván Matuz, grabada en dos ambientes distintos.
-La versión grabada en estudio y tocada por el autor (11 minutos):
-La versión tocada en vivo y en exterior por Michael Schmid (11 minutos):
https://vimeo.com/31419993
iniciando la obra "En attendant" (compañía Rosas, que si la quieren ver toda, es bien chévere y la dejaron pública hasta el 30 de abril).
Bueno ahora si, charlemos!
Sol Camacho-Schlenker